Habita en Ousmane Dembélé la extrema contradicción. Vive y juega sobre la fina línea que separa la genialidad y el ridículo. El aplauso del escarnio.
Hace reír a sus compañeros cuando abre los ojos con la amplitud de quien poco o nada entiende. De hecho, Leo Messi le tiene en especial estima. Pero también desespera al vestuario cuando se queda enrollado entre las sábanas. Encara sin miedo (3,3 regates completados por partido en la Champions; 1,8 en la Liga). Aunque el atrevimiento le cueste perder balones (10 por encuentro). Dispara duro y con efectividad. Pero pocas veces lo hace sin haber recortado antes. El tormento para los defensas es no saber qué pierna será la estaca que se quede clavada en el suelo, y qué pie acabará impactando contra la pelota. En Turín marcó después de recortar con la izquierda y chutar con la derecha. En el último partido frente al Betis lo hizo al revés. Y también tomó la red.
Es Dembélé un futbolista capaz de errar pases aparentemente sencillos y hacerse un lío en las paredes. Pero su fútbol de conducción voraz al espacio casa con la verticalidad propuesta por Ronald Koeman a partir de un centro del campo despoblado y de doble pivote. Por contra, el extremo francés se ve incapaz de recular cuando su par en defensa es quien decide atacar su espalda. El lateral bético Álex Moreno disfrutó en el Camp Nou de una de las tardes de su vida viendo que nadie le seguiría. Ha jugado Dembélé 82 partidos con el Barcelona (22 goles y 17 asistencias). Y se ha perdido 78 por lesión.
«El problema es que estamos ya en la cuarta temporada, y aún no sabemos si acabará siendo una estrella mundial, o un futbolista que se quedó en la insinuación», admiten desde la Ciutat Esportiva Joan Gamper, desde donde asienten a lo expresado en las últimas horas por quien fuera vicepresidente deportivo del Barcelona, Javier Bordas. Ante la tesitura de suplir la ausencia de Neymar tras su huida al PSG, Robert Fernández y Pep Segura priorizaron la llegada de Dembélé, no la de Mbappé. Por el ex futbolista del Borussia Dortmund el equipo azulgrana desembolsó la mayor cantidad pagada nunca en el club por un fichaje: 105 millones de euros más otros 40 en incentivos. Sí, eran aquellos tiempos en los que los ejecutivos azulgrana hablaban de la competencia desleal de los clubes-Estado mientras abrían la caja de caudales de par en par (Coutinho llegó después a cambio de 160 millones; y más tarde Griezmann, por 135 millones). Época de despilfarro que la pandemia ha acabado por desnudar.