Tiempo atrás, durante una charla con Jorge Valdano, el argentino definía a Pep Guardiola como un «fanático de una idea». Se refería a una idea de juego innegociable. De esa forma era percibido durante su etapa en el Barcelona, donde cerró el círculo perfecto. De aquellas dos Champions conquistadas en el banquillo azulgrana hace ya una década (2009 y 2011), sometido en sus intentos posteriores, entre otros, por los tres grandes españoles, Real Madrid, Atlético y Barcelona. Lisboa le brinda una nueva oportunidad, al mando del Manchester City, después de romper esa tendencia en octavos frente al equipo de Zidane. Le aguarda, este sábado, el Olympique de Lyon. La incógnita es si estamos ante el mismo fanático. La respuesta es sí, pero fanático del fútbol y enriquecido por la experiencia adquirida en la Bundesliga y en la Premier.
Aunque bajo el influjo de su padre futbolístico, Johan Cruyff, tanto por el juego como por su personalidad, la madurez de Guardiola le llevó, todavía durante su etapa como jugador, a interesarse por otras escuelas, como el trabajo defensivo de los italianos. No fue ajena a ello su elección del Brescia al dejar el Barça, o incluso la Roma de Capello. Sentía que había aspectos del fútbol que no dominaba.
Personalmente, es una esponja, una virtud pero también un problema, porque la sobreinformación lleva a laberintos indescifrables para quienes han de interpretar el juego. La experiencia en el Bayern, la primera tras dejar el Camp Nou, le permitió realizar un ejercicio de adaptación sin perder sus principios, pero incomparable al que hubo de hacer en la Premier, en cuyos partidos pasan muchas cosas imprevisibles. Según Unai Emery, el Pep del City es «al 50% de sus principios y al 50% sus circunstancias». La secuencia entre posesión, iniciativa en el juego y ataque es innegociable, pero no los mecanismos para conseguirlo, sin los anatemas de otro tiempo. Los dos partidos con el Real Madrid, camino de Lisboa, han dejado buenas muestras de la alquimia de un técnico más darwinista.