Luis Enrique no es nuevo en la plaza, y mucho menos el capitán, Sergio Ramos, superviviente de ‘Eldorado’ de nuestro fútbol. Pero las circunstancias y la mayoría de los rostros colocan a España en el mismo punto de partida que se situó tras el Mundial de Rusia, después de dos años perdidos. Los motivos de más peso no son imputables a los actores, a pesar de la deficiente gestión de los relevos en el banquillo, sino a un destino maldito que llevó al seleccionador español al peor de los dramas, la pérdida de un hijo, y más tarde dejó al fútbol en tinieblas por una pandemia. La nueva normalidad es, en realidad, el kilómetro cero para una selección que se enfrenta, hoy, a un miura, Alemania, con siete debutantes y más incógnitas.
Todo está pendiente, desde el equipo hasta el sistema. Todo, salvo el estilo, según Luis Enrique. Es evidente la querencia del asturiano por el ritmo alto de juego, la presión y la rapidez en las transiciones, características que ya le distinguieron como futbolista y con las que dio un giro de éxito a un Barça que se adocenaba. Pero eso, incidió ayer en Stuttgart, sin perder el control del juego y la posesión, clave de bóveda del estilo que hizo a España campeona en el pasado. Esa convicción explicaría la mayoría de centrocampistas ofensivos en su convocatoria para los partidos contra Alemania y Ucrania, el próximo domingo en Madrid.
«Quiero un estilo asociativo. No me gusta que los partidos se conviertan en un ida y vuelta. Quiero tenerlos controlados. El frenesí es bueno si nos conviene a nosotros, no al rival», explicó el seleccionador, que, no obstante, fue claro en el matiz: «Quiero tener el balón más que el rival no para especular, sino para atacar, y quiero presión para recuperarlo». Es evidente que la España que desea no es la que se descompuso con una posesión estéril frente a Rusia, al ritmo de un carro, sino acelerada.
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