A Zinedine Zidane le exigieron autocrítica en la sala de prensa, cuando a él lo que le apetecía era celebrar ese empate afilado de sabor por la forma agónica de conseguirlo y por el peso del punto logrado, a la vista de la situación del grupo.
Prefirió quedarse con la reacción final y con la buena primera hora de fútbol de los suyos, sacudidos por las eficaces contras alemanas. No pareció preocuparle los evidentes problemas goleadores de su equipo, una hipoteca que suele pagarse muy cara en la Champions. Ante el Shakhtar y ayer en el Borussia Park, sólo vio puerta el Madrid cuando se puso a tocar el tambor, tirando del coraje clásico de la camiseta.
«Jugando así, haremos grandes cosas y pasaremos a los octavos», vaticinó el técnico francés, otra vez salvada la misión en la campana. A él le gustó el fútbol de Marco Asensio, el derroche de Fede Valverde o la presión adelantada… Buen libreto, pero desmontado cuando el infalible Kroos perdió el balón en el peor momento posible. Ese es el riesgo, sobre todo en el gran torneo continental, cuando el dominio no se traduce en ventaja. Porque en la Champions cualquiera te araña